Gaza. Luces y sombras.
Sin ir mas lejos, hace un par de días le comentaba a mi compañero Omar Havana que hay lugares en los que no hay que patear mucho para vivir historias.
El muy truhán, para quienes no le conozcan, es un amigo de pata negra y un fotoperiodista de lo cotidiano, de esos que olisquean el drama de los bajos fondos, y como sé que está deseando pisar Palestina para hacer que la Canon saque humo hoy quiero dedicarle ésta historia.
Le decía que no hay que ir muy lejos para toparse de morros con la cloaca donde se hacinan las vidas de millones de personas.
Un hotel en Gaza, una noche complicada, sin apenas luces que iluminen los pasos en la calle debido a las restricciones eléctricas. No queda agua y los suministros médicos gritan eso de «help, help» entre el ruido infernal de los generadores y los F-16 que se pasan el día sobrevolando la zona en su intento de acojonar a la población. Siempre he comentado que Gaza, Ramallah, Hebrón…por cierto una palabra que me gusta mucho porque significa «amigo», y éste tipo de lugares son zonas en las que si permaneces mucho tiempo acabas impregnándote de la tristeza que los cubre.
Son casi veinte días los que llevo aquí, y mi cara no tiene mejor aspecto que la de muchos habitantes de éste campo de refugiados que es Gaza.
Llego al hotel a eso de las nueve de la noche, después de haber cenado falafel con mi compañero fotógrafo que además de buen profesional es aborígen del país y se le ocurren unos planes magníficos.
Desde fuera del hotel no se aprecian luces en la recepción, al igual que muchos comercios y negocios llevan varios días tirando de generador y en varios rincones del lobby han encendido velas que dan al lugar un aspecto entre místico y lúgubre.
Khalil el recepcionista, me saluda con una sonrisa. Buenas noches señorita, buenas noches Khalil, ¿qué tal va todo?. Ya ves señorita, me contesta mientras se encoje de hombros con resignación. Y usted ¿qué tal?. Bien gracias, con un poco de frío.
Me entrega mi llave sin que yo le diga el número, apenas hay clientes y además Khalil es perro viejo, me dí cuenta el primer día que llegué porque me dió un par de consejos en cuanto a seguridad que me han venido de perlas.
Subo a mi cuarto y lo encuentro solo, oscuro y frío. Enciendo las velas que me han dejado en el escritorio. Mataría por darme una ducha caliente que me aliviara el frío del cuerpo y una contractura en el cuello que llevo padeciendo unos cuantos días. Enciendo el ordenador y miro el estado de la batería, por un instante pienso en dejar la pantalla abierta para que de esa manera se ilumine más la estancia, pero no sé cuando podré cargarlo de nuevo así que lo cierro y me sumerjo en la oscuridad. De la ducha mejor olvidarse, no hay agua y el hilillo que sale ni siquiera está tibio.
A los pocos minutos llaman a la puerta. He pensado que quizá le siente bien un poco de té caliente, me dice Khalil mientras me ofrece una bandeja con una tetera humeante que supongo habrá calentado en alguna parte de la cocina que funcione con carbón. Le doy las gracias y saco unos sheqels de propina, pero Khalil me los devuelve y me cierra los dedos con su mano para que me los guarde.
Khalil, ¿tienes algo que hacer que sea urgente?. No señorita, a ésta hora no hay mucho trabajo. Como si hubiese estado muy ajetreado durante los últimos días…
Le pido que se siente conmigo y que compartamos el té. Solo hay una taza y usamos el vaso que contiene el cepillo de dientes y el dentífrico.
¿Fumas Khalil?
Nos tomamos el té, nos fumamos un par de pitillos cada uno. Me habla de su mujer Halima y de sus cuatro chiquillos…y en eso estábamos cuando me pregunta, ¿cómo puede vivir así señorita, metida entre tanto sufrimiento? usted es joven, podría tener una familia e hijos ¿acaso no le gustan los niños?
Aplasto mi cigarro contra el cenicero y guardo silencio, miro las sombras que hacen las llamas de las velas contra las paredes mientras pienso.
Manda cojones que me venga un tipo de Gaza a preguntarme como puedo vivir así. Manda huevos que me pregunte si me gustan los críos cuando me paso el día intentando mantener la distancia para no llevarme diez o doce a mi casa o lo que es peor, para que no me pase como en Libia que de tanto empatizar me tiré diez días llorando. Manda narices que en tan poco tiempo me haya convertido en alguien tan triste y apagado como la ciudad en sí. Que me tenga que venir un humilde recepcionista de un hotel de tercera regional a abrirme los ojos y dejarme claro que vamos de «yupiyeis» por la vida, dispuestos a solidarizarnos a tope; Flotillas, la Angelina, Gentebuena Sin Fronteras S.L…y todo un carnaval de blanditos con María Ostiz al frente cantando eso de «un pueblo es, un pueblo es, un pueblo es…». Que somos unos tristes de espíritu incómodos con nuestras cómodas vidas y que de repente un día se nos cruza un cable y decimos que somos chachis y que hay que repartir felicidad y sonrisas entre los abuelitos, los negritos y los muertos de hambrecita y sacar muchas fotos para que el resto busque, compare y si hay algo mejor se lo lleve. Y al final acabamos todos con un careto que ni la Lady Di cuando apareció moqueando en la BBC.
De pasta de boniato le admito a Khalil que tiene razón, que no sé como aguanto ésta mierda y que quizá me vengo a aquí porque lo que hay en el otro lado me aburre y me asquea.
Igual viajo a éstos lugares porque así tengo la oportunidad de aprender a usar un AK-47, no vaya a ser que el día menos pensado me de por hacerme guerrillera y pegar tiros, con dos ovarios, mientras pienso en como cargarme a todos aquellos que pasan olímpicamente de la realidad de las vidas en las guerras y conflictos mientras se secan las lágrimas cuando una pedorra aparece en la tele para contar que su chulo le ha puesto los cuernos con una más puta que ella.
Khalil ha dado en el clavo y lo que es mejor, ya no tengo frío.
Amaia, encantado de haberte conocido, me encanta leerte. Algun día tendras tu recompensa y no económicamente, suerte!!
15 febrero, 2012 en 10:04
Un café con txupito. Un beso, Ángel.
15 febrero, 2012 en 13:55