Facture su equipaje.
Miro el reloj del móvil, aunque juraría por las lágrimas de la zarzamora que lo he mirado hace unos pocos minutos. Repaso mentalmente el contenido de la mochila, la otra mochila, la que no va y viene llena de recuerdos, sino la que va llena de enseres que pocas veces utilizo del todo.
Seis mudas, seis pares de calcetines, camisetas de colores, olores y sabores de otras guerras, tres pantalones, el chaleco multibolsillos indispensable para guardar el tabaco, la documentación que te permita ir más allá, el meshero de la Sole, pilas, una pequeña cámara de fotos Samsung por si hay alguno dispuesto a posar entre disparo y disparo e incluso después de disparado. Sigo con el recuento, neceser con lo básico, Ibuprofeno para aliviar el dolor físico, mental y ajeno, foulares y pañuelos por si la situación religiosa y política del destino así lo requiere, libro de turno y varios cedés de aquellos que nunca fallan: Rolling Stones, Doors, Creedence y el típico «varios» en el que puedes encontrar desde la Polla Records hasta el Adagio de Albinoni.
Inventario del bolsillo lateral: Visas, pasaporte, billetes, la agenda negra con gomita que lo mismo sirve para tomar notas durante una entrevista como para trazar rutas que ni el mismísimo Orellana, un par de Pilots negros, grabadora, lector de tarjetas, adaptador para entrevistas telefónicas, micrófono de pinza y acreditaciones de lo más variopinto que lo mismo te permiten entrar a un campo de refugiados como cruzar una frontera, entre ellas destaco la de Asegarce (Asociación de Pelota Vasca) fechada en el año 2000 y con la que crucé todos los checkpoints desde la frontera Libia.
Aeropuerto de turno. Vistazo alrededor por si veo a algún colega que vaya a mi mismo destino. -Hola, ¿qué tal? ¿vas para allá?, guay a ver si nos vemos. Explicaciones pocas, cada uno mira por su chusco de pan.
-Asiento en ventanilla, por favor. Nunca miro el paisaje pero me gusta ser la primera en conocer la noticia de cuando perderemos un ala o cuando dejará el motor de rular porque un pájaro kamikaze ha decidido quitarse de enmedio tras conocer los datos del paro, manías…no vaya a ser que sobreviva y resulta que no me haya enterado de cómo nos dimos el piñazo.
Miro hacia delante y pienso no en lo que me voy a encontrar, sino en lo que dejo. Escucho la voz de mi madre por teléfono, «cuídate, y no hagas tonterias y si puedes un día me llamas», llamadas que siempre han resultado vanas porque nunca suele tener el teléfono operativo, aún así suelo cumplir con el ritual. Pienso en mi sobrino, que quiere ser cazador y periodista, como si muchas veces ambos oficios fuesen distintos. Pienso en mi abuelo, al que llevo en el móvil en una foto de hace años, él que siempre decía que llegaría lejos, sin duda porque sabía que no viviría lo suficiente para llevarse el chasco el muy truhán, él si que era sabio.
-Preparados para el despegue -dice el comandante o quien sea que hable por el micrófono. Y a partir de ahí empieza mi viaje. Muy raro se tiene que dar el asunto para que no regrese llena de recuerdos, sonrisas, discusiones, llantos, dramas humanos, rostros y conversaciones. Muchas veces la noticia es aquella que no se escribe, aquella en la que no hay palabras para describir los sentimientos.
Voy preparada para el «despegue», una vez más.
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